
«No es posible caminar por el borde costero sin verlas u olerlas; ahí están creciendo sobre las rocas agitadas fuertemente por la fuerza de las olas y otras veces varadas sobre la arena. Las encontramos en variadas formas y tamaños, y en una amplia gama de colores: verdes, pardos y rojos. Las algas, muchas veces invisibilizadas, forman parte de nuestra vida cotidiana. Más allá del luche, ulte y cochayuyo que degustamos en múltiples preparaciones, también están presentes en una amplia variedad de alimentos y productos a través de la presencia de sus carbohidratos que entregan cremosidad a los helados, espesan cremas cosméticas, y gelifican jaleas y postres.
En Chile forman parte de un patrimonio cultural profundo. Desde tiempos ancestrales, comunidades costeras del sur del país las han recolectado para alimento, medicina y abono. En sus manos, las algas no son un simple recurso: son parte de una forma de vida ligada al mar que se remonta a más de 12,000 años atrás, de acuerdo con la evidencia arqueológica encontrada en Monte Verde. Hoy, esa tradición se cruza con el futuro. La acuicultura y la biotecnología abren nuevas posibilidades para estos organismos productores primarios: sus constituyentes permiten la producción de bioplásticos que podrían reemplazar derivados del petróleo, bioestimulantes agrícolas que mejoran suelos y cultivos, alimentos más saludables y, además, provisión de importantes servicios ecosistémicos.
El Día de las Algas, que celebramos en octubre, es una invitación a mirar con otros ojos a estos organismos que sostienen océanos, comunidades y economías. Es un día para reconocer que, aunque muchas veces invisibles, las algas están presentes en nuestra vida diaria, en nuestras tradiciones y en avances científicos que apuntan al futuro.
Celebrar este día no es solo un gesto simbólico; es una forma de comprometernos con la protección de los ecosistemas costeros y con el impulso de soluciones basadas en la naturaleza frente a las múltiples crisis climáticas. Las algas, silenciosas e imprescindibles, merecen un lugar en la conversación pública. Reconocerlas es también evidenciar que el mar no termina en la orilla, sino que empieza allí una riqueza que debemos cuidar. «
*Columna de opinión escrita por Carolina Camus, investigadora del Centro i-mar, Universidad de Los Lagos



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